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Tailandia: Aventura en un coworking tropical.


En esta ocasión, nuestra amiga y youworker Elisa Romero, nos cuenta su primera experiencia en el extranjero como autónoma nómada. En nuestra opinión una lectura obligada para aquellos que necesitan cambiar de rutina como autónomos digitales, y tienen la posibilidad de organizar este tipo de experiencias. Os dejamos con la entrevista:

¿Cómo surgió la idea?

La idea de pasar un mes trabajando fuera de casa me ha rondado (y me ronda) la cabeza prácticamente desde que soy autónoma. Ya había tenido un par de "experiencias piloto" dentro de España, la primera en Galicia, y la segunda en la isla de Lanzarote, pero nunca me había atrevido a irme un mes entero tan lejos.

Hace tres años me fui con dos amigas a Tailandia de vacaciones. Estuvimos tres semanas recorriendo el país, que nos encantó y nos dejó con ganas de más. Vimos, además, que el wifi funcionaba bastante bien en alojamientos, cafeterías, etc. y ahí fue cuando empezó a tomar forma la idea de volver, pero llevándonos el ordenador con nosotras.

El verano pasado encontré por casualidad un artículo en alemán que hablaba sobre un espacio de coworking ubicado en una isla de Tailandia. Se lo reenvié a una amiga, también traductora freelance, y empezamos a fantasear con la idea. Todavía no nos lo creíamos mucho. Para mí, mirar vuelos a Tailandia se convirtió en una especie de pasatiempo cuando me tomaba un descanso. Llegó enero y, para empezar bien el año, retomamos la idea y nos pusimos a mirar vuelos en serio. Un mes más tarde partíamos con otra amiga traductora desde Madrid rumbo a Tailandia. El destino final: Koh Lanta, una isla tranquila situada en el mar de Andamán.

Entrada al KoHub

¿Cómo fueron los preparativos y el viaje hasta allí? ¿Qué condiciones os ofrecía el coworking?

Puesto que el tiempo de preparación del viaje fue realmente muy corto, agradecimos enormemente la ayuda que nos prestaron desde el coworking que, por cierto, se llama KoHub. Nos ofrecieron un paquete que incluía el espacio de trabajo y dos platos de comida al día. El alojamiento del coworking ya estaba completo, pero ellos mismos se encargaron de buscarnos otro cerca del espacio. En total, el mes salía por unos 520 euros por persona (coworking, hotel y parte de las comidas incluidos).

Llegar hasta Koh Lanta fue toda una odisea: viajé de Sevilla a Madrid en tren, donde me reuní con el resto de las viajeras. Desde allí, volamos a Bangkok vía Dubái (se dice pronto, pero son unas horitas… Eso sí, con las películas que se pueden ver en la pantalla integrada en el asiento, el tiempo se me pasó volando).

Bangkok nos recibió como la última vez, con ese olor suyo tan particular que te atrapa desde que pones un pie en tierra. En cuanto me asomé a las escaleras del avión, me vino a la memoria el recuerdo de la última vez que estuve allí: una mezcla de calor y humedad que te envuelve en un abrir y cerrar de ojos.

Para llegar a la isla del coworking, había que coger un vuelo interno a Krabi, desde allí una furgoneta al puerto, dos transbordadores y por fin un taxi a Long Beach, la playa más cercana al coworking.

Una vez en el hotel, que nos costó reconocer como tal (en la puerta sólo había un cartel de "Oficina de turismo"), preguntamos por el coworking y nos hicieron una vaga señal con el brazo hacia atrás. Realmente estaba muy cerca del hotel, bajando una calle, pero en aquel momento nos parecía toda una aventura echar a andar por un camino selvático lleno de palmeras… y vacas. Al final encontramos una casita e intuimos que se trataba del KoHub. Efectivamente.

Mi primera impresión fue un poco desconcertante, porque el edificio, una casa baja, está recién construido en medio de una escombrera. Lo primero que me llamó la atención fueron las chanclas en la puerta. Así que nada, allí dejamos nuestros zapatos y entramos para que nos explicaran aquello.

Jardín del coworking

¿Cuál era vuestro horario de trabajo?

Buena (y difícil) pregunta. Aunque nos adaptamos bastante bien, sin duda, ayudadas la proximidad de la playa y la organización del coworking, al principio nos costó cogerle el ritmo. El primer factor que había que tener en cuenta era la diferencia horaria, nada menos que de 6 horas. Eso significaba que, a las 9:00 de la mañana de Tailandia, en España y Alemania (donde tienen su sede mis clientes principales) eran las 3:00 de la mañana; y que a mis 22:00 de la noche, allí todavía eran las 16:00. Hubo que plantearse, por tanto, si era mejor trabajar a horas "normales" por el reloj tailandés o sincronizarnos con el horario de nuestros clientes. Después de varios ensayos de prueba y error, cada una fue adoptando el horario que le resultaba mejor y, a veces, la elección variaba dependiendo del volumen de trabajo que tuviéramos ese día.

Por lo general, preferíamos trabajar por la mañana temprano. Esa es una de las cosas que más recuerdo: ¡cuánto cunde el tiempo cuando trabajas "sola", sabiendo que nadie va a llamarte por teléfono ni a enviarte encargos por correo! A las 11:00 ya teníamos hecha gran parte del trabajo y podíamos tomarnos un descanso… en la playa, por supuesto. Teníamos la suerte de que en la playa más cercana al coworking había un bar con wifi, por lo que podíamos irnos y estar pendientes de los clientes desde el móvil.

Esto, que puede sonar en principio maravilloso (y, en parte, así era), también tenía sus inconvenientes: al final, había días que no desconectabas del trabajo nunca jamás, desde las 9:00 de la mañana hasta las 00:00 de la noche, que aún podían llegarte los últimos correos desde Europa. Claro que, estando en un entorno así, era un inconveniente bastante llevadero…

En la cuestión horaria también hubo que tener muy en cuenta el clima. En el coworking, por ejemplo, hay una zona abierta con vegetación, restos de una estatua de Buda, pajaritos cantando, etc. y, obviamente, al principio solo queríamos trabajar allí fuera. Inconveniente: el clima de Tailandia es como Sevilla en agosto, pero con humedad, mucha humedad. A las 11:00 de la mañana era ya casi imposible estar allí. Si querías irte dentro, con el aire acondicionado, a esa hora quizás ya no había sitio y, además, el cuerpo no podía pensar en otra cosa que no fuera sombrita y aguas cristalinas… Compaginar eso con el gran volumen de trabajo que tuvimos estando allí fue difícil, pero lo conseguimos.

Entiendo que las personas que estén leyendo esto puedan pensar: «Está en una isla paradisiaca y encima se queja». Y lo entiendo. Pero digo todo esto porque a veces se lanza una imagen de los autónomos que está totalmente alejada de la realidad. La gente nos imagina trabajando mientras nos tomamos un Mai Tai o tiradas en la playa o en la hamaca. Y, a ver, quizás a veces se consiga, pero evidentemente, cuando tienes que traducir más de tres mil palabras al día, tener en cuenta la diferencia horaria, evitar la hora del calor de la muerte de día y la hora de la fiesta de grillos y mosquitos por la noche, coger sitio al fresco e intentar no pensar en el playazo que tienes a 200 metros… pues vaya, que también cuesta. No es una experiencia para todo el mundo.

La parte buena de trabajar allí ya os la imagináis todos, prefiero no entrar en detalles para que no me odiéis mucho…

Bodegón de PC y pollo agridulce

¿Cómo funciona el coworking?

Bastante bien, está todo informatizado. Abre las 24 horas del día, lo que facilita mucho el tema de adaptarse a los horarios europeos que comentaba antes. A la hora de reservar, ofrecen lo que llaman "packages". Hay varias modalidades, pero básicamente son paquetes que incluyen alojamiento, espacio de trabajo y dos comidas al día.

El sistema de comidas también es una pasada: entras en tu cuenta personal del KoHub y tienes acceso a la carta del restaurante, que incluye descripción y foto de cada plato; pides directamente desde allí, indicas en qué zona del coworking estás trabajando y te lo llevan a la mesa. Al principio es un poco lioso enterarse de qué te incluye exactamente el "package"; nosotras estuvimos haciéndolo mal una semana, pero luego ya bien. La plataforma incluye muchas opciones para quienes no puedan comer un determinado tipo de alimento, para marcar el tipo de leche, el azúcar, etc. Inconveniente del sistema de restaurante: el olor omnipresente a comida. Al principio no me daba cuenta, pero cuando llevábamos allí unos días empezamos a sentir la bofetada de olor picante (y de diversa índole…) que nos golpeaba nada más abrir la puerta del coworking. Era como trabajar dentro de un restaurante chino, para que nos entendamos. De nuevo, sí, tenéis razón: ¿a quién le importa trabajar así si te puedes quitar el olor a Tom Yan dándote un bañito en la playa?

La comida estaba muy rica, más abajo tenéis una foto de mi plato preferido. También me encantaba beber coco, a eso no me acostumbré nunca: siempre me hacía la misma ilusión verme ahí con mi ordenador y mi coco al lado.

Consejillo por si alguien se anima a ir: llévate pañuelos para cuando vayas a comer; el picante te acompañará a donde vayas (y no, no sirve de nada marcar la opción de "no picante", llorarás igual).

¿Cuál era el perfil de los coworkers? ¿Con qué ambiente os habéis encontrado?

El mes que hemos estado alí se dio una situación peculiar, ya que el coworking estaba completamente lleno, pues la mitad la ocupaba una empresa británica que se había llevado allí a su plantilla para trabajar desde un sitio diferente. ¡Eso sí que es un buen incentivo de empresa…!

Exceptuando a los miembros de esta empresa, encontramos coworkers alemanes, franceses, canadienses, italianos, estadounidenses… pero no me pareció que hubiera una nacionalidad mayoritaria. Españoles no había o solo muy esporádicamente.

En cuanto a perfiles profesionales, sí me pareció que había una buena cantidad de profesionales de la informática y del diseño gráfico.

En cuanto al ambiente, la gente iba bastante a lo suyo. En general, había un ambiente agradable y cordial, pero es cierto que me extrañó que hubiera tanto silencio y mucha menos comunicación entre los coworkers que la que he podido ver, por ejemplo, en coworkings de Sevilla. Por otro lado, eso también se agradece, al fin y al cabo, allí se va a trabajar, pero a veces me sentía mal porque nosotras éramos sin duda las más habladoras del lugar y también me habría gustado hacer un poco más de networking.

Una de las responsables de KoHub organizaba muchas actividades a lo largo de la semana. Esa era una buena ocasión para conocer más a los coworkers, pero nosotras la aprovechamos poco porque no nos solían cuadrar los horarios. Un pequeño ejemplo: todos los días había happy hour en la cafetería… a las 16:00 de la tarde. Sí, tal cual, las 16:00 son las nuevas 22:00… A mí de verdad que me encantaría tomarme un mojito a la hora del café, pero luego a ver quién traduce manuales de alemán sin poner una barbaridad. Hubo que declinar esa oferta, por más que nos pesara.

A lo que sí nos apuntamos siempre que pudimos fue a las excursiones de fin de semana. Gracias a ellas, pudimos descubrir un poco la zona y otras islas preciosas de alrededor. También fuimos con el coworking a un festival que había en Old Town, una de las poblaciones principales de la isla. El Lanta Festival fue toda una experiencia.

Atardecer en Long Beach

Háblanos del choque cultural. ¿Algún consejo?

Mi único consejo para quien viaje a Tailandia es este: fluye, déjate llevar. En serio, ya sé que suena a "positivismo barato de taza", pero es que al final allí es imposible tener certezas sobre prácticamente nada (salvo que tu comida será picante). Mi experiencia las dos veces que he estado en el país es que, al final -no se sabe cómo- todo sale bien, muy bien incluso; eso sí, probablemente no como lo habías planeado.

El primer choque fue el adiós a los zapatos: en la oficina, en el hotel… ¡a veces hasta en el supermercado! Las chanclas se dejan en la calle. Evolución del pensamiento: 1) "¿Me robarán los zapatos?" 2) "¡Otra vez se me ha olvidado quitarme los zapatos!" 3) "¿Zapatos…? ¿Eso qué era?"

El gen de "Sí a todo": los tailandeses tienen ciertas dificultades cuando se trata de reconocer que no saben algo o que hay algún problema. Eso, unido a los mejores o peores conocimientos de inglés que tenga cada interlocutor, se traduce en sonrisas ilimitadas y asentir con la cabeza… aunque no tengan ni idea de lo que les estás preguntando. Esto, a la inversa y hablando de forma más justa, sería: los españoles tienen ciertas dificultades cuando se trata de aceptar que en la vida no siempre se tienen todas las respuestas al alcance de la mano y para ya. Eso se traduce en preguntas impertinentes ilimitadas que te dan dolor de cabeza y hacen que acabes diciéndoles que sí para que se callen de una vez.

Sea como fuere, al final te acostumbras y especulas con tus amigas sobre el porqué de las cosas y el sentido de la vida. Nos llevamos a casa grandes misterios sin resolver… ¡y mira que nos esforzamos! Pero eso da para otro reportaje.

Paisaje rocoso cerca de Koh Ha

Tus mejores momentos

- Los buenos ratitos con mis compañeras de viaje y profesión.

- Poder hacer una pausa a diez minutos de la oficina en una playa de aguas cristalinas con islotes en el horizonte… y su chiringuito con wifi, para no abandonar a los clientes.

- Los atardeceres en Long Beach.

- Cruzarse con un varano de camino a casa (primo hermano del dragón de Komodo, para que os hagáis una idea de la situación; y luego entérate tú de si muerde o no muerde preguntándole a los locales…).

- Visitar las islas de alrededor: Koh Ha, Koh Rok y otras muchas "Koh" cuyo nombre me fue imposible retener.

- Atravesar nadando a oscuras con cientos de personas la Cueva Esmeralda para llegar a una playa secreta: esta fue sin duda la experiencia más surrealista del viaje.

- Encontrar en mi toalla un lagarto muy parecido a un cocodrilo bebé (nunca lo sabremos).

- Paisaje tropical, estatuas de Buda y el muecín llamando a la oración (así, todo junto: Koh Lanta es de mayoría musulmana, algo que no te esperas de entrada cuando vas a Tailandia).

Si pudieras cambiar algo del viaje, ¿qué sería?

Aquí solo cabe una respuesta: haberme quedado más tiempo. Al desplazarte en esta modalidad de viaje/trabajo, los días se pasan volando. Además, con el choque cultural, la diferencia horaria, las comidas, etc., un mes es el tiempo mínimo indispensable para empezar a entender cómo funciona todo (y cómo funcionas tú dentro de ese todo). Da mucha pena irse cuando ya le has cogido el tranquillo a la isla. La próxima vez, dos meses… o lo que haga falta.

Mi coco y yo

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